martes, 4 de diciembre de 2007

Comentario de texto. Cernuda y la generación del 27



SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR


Una lectura crítica atenta de este poema, “Si el hombre pudiera decir...”, no ha de dejar de lado las cualidades que lo han hecho uno de los textos poéticos más famosos de la obra de Luis Cernuda y de la poesía española del siglo XX: el vínculo entre libertad y amor; la necesidad del otro para la complitud personal; la existencia sólo posible como “vida vivida” y el deseo vehemente de existir; el juego erótico y complementario de los pronombres yo y tú.


“Si el hombre pudiera decir...” aparece publicado en el libro Los placeres prohibidos (1931) del poeta sevillano Luis Cernuda. Representa este libro un punto álgido y, al mismo tiempo, la consumación de la inflexión en su obra. Después de libros como Un río, un amor y Oda, elegía, egloga, Donde habite el olvido y Los placeres prohibidos suponen la asimilación de las tendencias vanguardistas que animarán la escritura de los poetas del 27, al tiempo que anticipan la escritura de Desolación de la Quimera, Las nubes o Como quien espera el alba.


Al hablar de Los placeres prohibidos, la crítica se ha referido al surrealismo, un surrealismo español que se traduciría en el uso de versículos y versos libres, la ausencia de rima, la presencia de imágenes visionarias o metáforas impuras, la estructuración más libre del poema, el tono conversacional y la redirección de contenidos hacia lo humano. En definitiva, la escritura en libertad. Los otros grandes libros surrealistas españoles son Poeta en Nueva York de Lorca, Sobre los ángeles de Alberti y Espadas como labios de Vicente Aleixandre. Todos ellos coincidieron en el tiempo y provocaron un cambio de la poesía española hacia su modernidad definitiva. Este espíritu aperturista y renovador, añadido al profundo conocimiento de la literatura tradicional y popular española, así como de la poesía clásica de Góngora, Quevedo, Lope o Garcilaso, convirtieron al grupo de artistas del 27 en una élite intelectual de primer orden. Entre ellos, Cernuda brilla con luz propia y es uno de los autores a los que más se recurre y que más han impresionado a las generaciones posteriores: Jaime Gil de Biedma, Luis García Montero, Eloy Sánchez Rosillo o Vicente Gallego.


“Si el hombre pudiera decir” es un poema que gira totalmente en torno a dos extremos ideáticos:
a) la necesidad humana (y poética) de decir lo que se ama, de expresarse sin tapujos, de hablar de verdad y en libertad, tan frecuentemente condicionada por las convenciones sociales, morales o literarias;
b) la única libertad verdadera, propia, “que me exalta”, “por que muero”, que sólo se concibe en la entrega al otro, que acaba por justificar la existencia.


Sobre esos dos polos temáticos, por otra parte universales del sentimiento humano y de la creación artística, se articulan las demás ideas del texto. Hay una reflexión introspectiva sobre la “verdad de uno mismo”, que no se llama “gloria, fortuna o ambición” -bienes sólo materiales, fungibles, caducos-, sino “amor o deseo”. En este extremo coincide con las ideas de nuestra literatura ascético-mística (San Juan y Fray Luis) y con las convicciones románticas y modernistas. Interesante es también la consideración de la existencia como mezquina, lo que imnplica un proceso vital angustioso, reprimido y, en buena medida, fatal. La existencia social esclaviza la libertad humana, y conduce a la alienación. El enfrentamiento entre “realidad y deseo” deriva en una lucha de carácter agónico, en la que la sola victoria posible es la “libertad del amor”, pura y verdadera.


El texto se estructura en tres grandes estrofas, dispares en su extensión, pero que obedecen a un proceso de “argumentación” sentimental. La primera estrofa se refiere a la imposibilidad de decir lo que se ama; la segunda ensalza el amor como única forma de libertad; la última, concluye sentenciosamnete la justificación de la existencia en el conocimiento del otro, lo que se traduce en verdadera vida.


En cuanto a la forma, el poeta utiliza versos y versículos, exhibiéndose en la libertad métrica, que ha de responder a la libertad interior de lo expresado, y la ausencia de rimas. Eso sí, en absoluto descuida la forma: las múltiples repeticiones, los paralelismos, las anáforas, las composiciones bimembres y complementarias de ideas, imágenes o comparaciones, le confieren al texto un ritmo trepidante, crítico, con cierto sosiego y cierta exaltación. En cuanto a los sonidos interiores, el poeta se construye musicalmente a base de recurrencias fonéticas: rimas internas, pequeñas aliteraciones, etc. En cualquier caso, se puede decir, como quería Alen Ginsberg, que el verso tiene la extensión de los latidos del corazón y que, por tanto, el poema no es sólo creación artística, sino que responde a un estado de excitación interior de carácter exclusivamente vital.


El tono desde el que el sujeto lírico se pronuncia poéticamente es el de la confesión sentimental. Es de anotar que la primera estrofa se construye, en principio, desde la impersonalidad de la tercera persona para acabar recayendo en el yo de “yo sería aquel que imaginaba”; que la segunda estrofa insiste en la primera persona, como personalización e interiorización de las ideas antes extresadas: “Libertad no conozco...”; que la tercera estrofa es presidida por el tú, que ha de colmar la existencia propia.


El lenguaje es exquisitamente cuidado, medido, sopesado a la busca de un efecto poliédrico en el receptor. La elegancia, la propiedad y el buen gusto presiden este texto, lejos del retoricismo, el barroquismo o la falta de naturalidad de otros poetas. La pulcritud estilística y el acierto quedan patentes a lo largo de todo el poema y, en concreto, en versos como “la verdad de su amor verdadero” o “si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”, donde las pequeñas paradojas se resuelven con todo el entusiasmo y la sencillez de la vida vivida de verdad. También es elocuenta la gradación sintáctica, desde la complejidad de la subordinación de la primera estrofa, a la dirección y la simplicidad sintácticas del final. La palabra poética alcanza hondas resonancias desde la sobriedad y la perfección, entre lo conversacional y la intimidad comunicativa.

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