jueves, 29 de noviembre de 2007

Comentario de texto. La narrativa de la generación del 98

“Comentario a lo pasado”. El árbol de la ciencia de Pío Baroja. La novela de la generación del 98. / A. G. C.

Publicada en 1911 e incluida en la trilogía “La Raza” junto a La dama errante y La ciudad de la niebla, El árbol de la ciencia de Pío Baroja es una de las novelas más representativas de la producción barojiana y del noventayochismo. Los tres grandes asuntos en que se centraron los intelectuales de principios de siglo XX se encuentran aquí presentes: por un lado, la preocupación por España en su deseo de reconstruir histórica, política y espiritualmente el país; por otro, el cuestionamiento de los grandes interrogantes metafísicos, desde un punto de vista existencial; finalmente, el interés por el lenguaje, preciso, natural, profundo y nada retórico. Hay que añadir que El árbol de la ciencia, como Niebla de Unamuno o La voluntad de Azorín, es una de esas novelas que se mueven entre el relato y el pensamiento, a medio camino de lo novelístico y lo ensayístico. Es además una especie de “autobiografía novelada”, que desde la distancia –pero también la cercanía y la humanidad- de la tercera persona narrativa hace claras alusiones a la experiencia sentimental, profesional e ideológica del narrador vasco.

La narrativa de Baroja tiene unos antecedentes claros en la literatura española: Cervantes, Mariano José de Larra y Galdós son sus referentes naturales. Al mismo tiempo, es cercana a la obra de Fiodor Dostoievski y se halla imbuida de la filosofía de Arthur Schopenhauer, Inmanuel Kant, Sören Kierkegaard y Friedrich Nietzsche. Por otro lado, la estela de Baroja es feraz: Camilo José Cela, Luis Martín Santos, Miguel Delibes, Alfonso Grosso son deudores de su maestría y su rabia.

En su obra, siendo muy personal, considerándose fuera de grupos o tendencias, hay algunos rasgos definitivos: la absoluta sinceridad, el pesimismo, el escepticismo religioso, el absurdo de la existencia y la falta de confianza en el hombre, el radicalismo liberal político, el inconformismo, la añoranza de acción,… En su concepción la novela es considerada como “obra abierta”, como género proteico y que no ha de “probar una tesis”. En estilo es antirretórico, incisivo y vivaz; los diálogos surgen desde la autenticidad conversacional. Es la suya una voz propia y absolutamente lúcida. Es el narrador puro.

En “Comentario a lo pasado” Baroja analiza crítica y mordazmente algunos aspectos relacionados con el “desastre del 98”, la guerra con Estados Unidos y el clima general del país ante tal suceso. Pertenece este capítulo a la Sexta parte, “LA EXPERIENCIA EN MADRID”, casi en el final de la novela. El devenir personal de Andrés va a quedar marcado de nuevo por un suceso histórico y por las reacciones (o la falta de reacción) de los demás. Se podría decir que Baroja escudriña esa “intrahistoria” de la que hablaba Miguel de Unamuno, el vivir cotidiano y simple de las gentes normales, sus comportamientos, su existencia, lejos de los grandes nombres y los grandes datos de la Historia. “Los manchegos son muy buena gente; pero con una moral imposible”, dice en este fragmento, metáfora de lo español. No en vano, El árbol de la ciencia es, para Joaquín Casalduero, “la sala de disección de España”.

Se habla de la sorpresa desagradable de la guerra, de los alborotos y manifestaciones en las calles, de las opiniones insensatas y las bravuconadas de los periódicos, de la vacuidad del discurso de los políticos, de la pasividad y el desentendimiento de los miembros de su familia, de la debilidad de las fuerzas navales españolas y del desastre, que adivina Iturrioz. Parece que el maestro, el compañero de inquisiciones filosóficas, sea el único que ve con claridad y con sensatez la verdadera situación de España. La objetividad y la crítica, servidas entre la ironía y la acidez, en forma de diálogo, son lo único positivo que Andrés Hurtado destaca en este momento narrativo. “No (vamos) a la derrota, a una cacería. Si alguno de nuestros barcos puede salvarse será una gran cosa.”
Evidentemente los peores pronósticos se confirman: la pérdida definitiva de las últimas colonias, Cuba y Filipinas, y la confirmación de que España es un país sumido en la postración, sin fuerza y sin personalidad a nivel mundial. Lo que indigna a Andrés es “la indiferencia de la gente al saber la noticia”, la pasividad y la indolencia ante el desastre. Por supuesto, la voz de Baroja no puede sino revelarse ante esta sinrazón, aunque lo haga por los caminos del pesimismo. “¿Qué tal te ha ido en el pueblo?”, pregunta Iturrioz. “Bastante mal”, responde Hurtado.

Estilísticamente, Baroja se comporta en este fragmento con la sobriedad, la rapidez y el impresionismo que lo caracterizan. Son rápidas las descripciones, ágiles las notas narrativas, naturales y ácidos los diálogos. “¿Qué le parece a usted esto?” “Estamos perdidos.”
Sorprende, finalmente, la neutralidad pesimista y la contención triste desde la que el novelista vasco afronta los hechos. En ello alientan el afán regeneracionista, la rebeldía y la incertidumbre vital y existencial del autor y el protagonista, su alterego. Es interesante este fragmento, en el conjunto de la novela, puesto que supone la lectura ideológica y espiritual de unos hechos que marcaron el devenir de España y que consumaron una larga tradición de errores e indolencias a todos los niveles. El laconismo y la precisión descriptiva están también presentes en este texto, confirmando el buen hacer novelesco de Baroja y lo único que se muestra con respecto a otros autores del mismo momento literario.